Soy higienista bucodental y mecánico dental como se decía antaño. Me encanta la odontología, pero a veces me avergüenzo de algunos profesionales que en su afán de parecer cultos e ilustrados a la hora de describir los protocolos de actuación en pacientes con síndrome de Down, simplemente; meten la pata hasta el fondo.
Leo y escucho cosas como “estos pacientes están más predispuestos a sufrir enfermedades bucodentales que los pacientes normales…”
Pero, estoy confundida… Si no son pacientes normales, ¿Qué leches son? ¿Dinosaurios? ¿Libros? ¿Mesas? ¿Bocadillos? Aahhhh no, espera… Es que esa es la forma “delicada” o mejor dicho, la forma condescendiente que se emplea para definir a alguien como “defectuoso”. Me parece denigrante cuanto menos. Sí, estoy muy cabreada.
Diréis que lo más seguro es que no sea malintencionado, pero para ser sanitarios con vocación (se supone), tienen la sensibilidad donde yo guardo los millones; en ningún lado.
Sin embargo, como este es mi blog y yo digo lo que me da la real gana, diré que son pacientes normales, personas totalmente de a pie, con ilusiones, sentimientos, vivencias, con capacidades espectaculares; como la de amar sin juzgar a los demás.
El lenguaje pomposo queda muy científico, y a veces parece muy correcto, pero también carece de sentimientos y puede abrir heridas de arma blanca en el alma.
Dicho esto, para mí cuando una persona entra en la clínica dental, se convierte en paciente. Yo no creo que existan pacientes normales o anormales, ¡es ridículo!
Las personas con síndrome de Down pueden padecer exactamente las mismas dolencias bucodentales que alguien que no tenga trisomía 21; hablo de caries, enfermedad periodontal (gingivitis y/o periodontitis), deformación de los tejidos orofaciales, úlceras, maloclusión dental, bruxismo, etc. Nos puede tocar la lotería a cualquiera.
«…para mí cuando una persona entra en la clínica dental, se convierte en paciente. Yo no creo que existan pacientes normales o anormales, ¡es ridículo!»
Pero claro, está la élite dictaminando que los Down son mucho más propensos que la población “normal” (esperad, que me ha dado una pequeña arcada, traeré un cubo), a padecer anomalías craneales, faciales y bucodentales. Vale, ¿y qué? Cualquier padre puede tener un niño con dientes conoides o con gingivitis, o con mordida cruzada. Parece como si hubieran encontrado el cáliz de Cristo o la alpargata de San Pablo apóstol…
Queridos padres, el tema es muy sencillo, ya que como las personas con trisomía 21 o síndrome de Down son normales, tendréis que afrontar las mismas dificultades y tareas de prevención que enfrentan el resto de los mortales, es decir:
“Los prejuicios nunca hacen justicia a las personas sobre las que son vertidos”.
Me encantó esta frase tan sencilla. Se formó en mi cabeza al ver las imágenes de niños con síndrome de Down que sus papás habían colgado en las redes sociales de una la fundación que les apoya.
En estas imágenes sólo puedo ver belleza, amor, simpatía, transparencia, pero sobre todo; naturalidad.
La naturalidad es lo que nos hace auténticos y abiertos, pero por otro lado vislumbro que ésta, nuestra sociedad, aún está inundada por esa falta de naturalidad, sumergida en esa cerrazón.
Está llena de prejuicios ridículos. Prejuicios contra aquellos que no son “iguales” o mejor dicho, parecidos a nosotros… En nuestra pobre y desamparada mente solo cabe un espejo donde ver nuestro reflejo, tan egoísta tan egocéntrico, tan errático.
Yo también era así hace mucho tiempo, (por causa de lo que recibes de tu entorno social), pero cuando creces y descubres lo equivocado que estás y el miedo tan rudo que padeces ante la inmensa variedad de la expresividad de nuestra genética, ¡ostras, reformas tu mente! Haces obras en tu azotea y alcanzas un poco más de dignidad al darle la vuelta a tu espejo para dejar de ver tu ombligo.
Padecer una enfermedad con dolores crónicos me ha cambiado bastante. Ahora que soy tan consciente de mi cuerpo y de mi alma, porque me duelen ambos, han empezado al mismo tiempo a brotar de mis venas ríos de misericordia y amor que antes estaban secos, hacia los más desvalidos, hacia personas enfermas o en situación de injusticia; incluso hacia los que padecen “espejitis” tal y como yo la padecía.
Las durezas de la vida curten el corazón no sólo para darle la vuelta al espejo en el que te miras continuamente, sino para quebrarlo en mil pedazos. La “espejitis” se cura casi por completo, casi, porque el tratamiento dura toda la vida.
No, las personas con Síndrome de Down no son enfermos ni desvalidos, no son anormales, no son diferentes… SON MUY NORMALES Y CAPACES (¡SÍ, ESTOY GRITANDOLO BIEN FUERTEEEE!), sólo que en este mundo hay muchos enfermos con “espejitis aguda” todavía, y no trasforman su mente para amar y aceptar más allá de las diferencias que ven, aunque sean pocas.
Por eso los papás de estos niños son tan especiales, ¡tienen que serlo a la fuerza! No por tener un hijo con un trío cromosómico un tanto peculiar, sino por tener que lidiar con las personas que poseen un concepto de “lo normal” tan distorsionado.
Queridos papás, os admiro. Seguid amando mucho a vuestros hijos y dando ejemplo a los demás para que aprendan cómo se hace. Un hijo es una bendición, yo por ahora sólo tengo sobrinos y es muy extraño porque es como si fueran míos pero no lo son, me estoy acostumbrando a la felicidad magna. ¿Cómo sería si fueran míos, míos del todo? Ni puedo imaginarlo aún…
Os dejo este video que he encontrado en la red, ¡es muy divertido! Pablo Pineda es la caña…
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