Si existe una forma concienzuda de aprendizaje en esta vida, no es otra sino la del error.

Cuando nos equivocamos, aprendemos de nuestros yerros y probablemente no se nos olvide la lección en toda la vida.

Solo espero que vosotros no escarmentéis en cabeza ajena, (en la mía por ejemplo) para que vayáis un poco más adelantados y os ahorréis algunos disgustos.

La historia es la siguiente, ojo al dato:

Empecé a trabajar en una nueva clínica, hasta entonces, todo normal salvo algunos abusos con los horarios y líos de agendas mal avenidas en el pasado, el nuevo empleo parecía distinto, brillante, feliz.

Empezaron las broncas, y con razón. Yo limpiaba con esmero pero en varias ocasiones quedaron manchas visibles en ciertas superficies, para mi vergüenza, no sabía qué estaba sucediendo, ya que era la primera vez que esto me ocurría.

Adivina adivinanza… ¿qué ve menos que un topo y peor que un murciélago? La respuesta es; yo misma.

Necesitaba llevar gafas todo el tiempo y no lo sabía. Para entonces, ya era un poco tarde, mi reputación estaba al nivel de los cerdos y me había comido un par de broncas interesantes.

Moraleja, chicos:

“Revisaos la vista periódicamente, no es un consejo, ¡es mucho más que eso! vista de lince, obligatorio.”

lince

Igual los que tenéis niños recordáis que un alto porcentaje del fracaso escolar es debido a que los nenes no ven bien, pues os diré que pasa igual con el trabajo. Necesitamos una vista de lince para detectar minúsculas manchas de sangre, cemento, etc. Ya no solo para salvaguardar nuestra reputación de buenos profesionales, sino por la propia salud de los pacientes, la de nuestros compañeros y la nuestra.

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